sábado, 27 de junio de 2009

EL HOMBRE DE MI VIDA SÍ PUEDE ESTAR EN LA RED


Me suscribo en Match.com, el portal Nº1 para encontrar pareja.

Respondo un formulario de 62 preguntas, especificando mis estudios, trabajo, hijos, mascotas, hobbies, tendencias políticas y religiosas, hábitos deportivos y alimenticios, vicios legales, lo que me encanta, lo que detesto, pareja ideal, en fin, todos los datos posibles que te puedan preguntar. Junto con esto, un test de personalidad, cuyo resultado será expuesto en mi perfil y lo más importante: la descripción. Mía y de lo que busco.

¿Cómo soy?

- Soy tierna, amorosa, encantadora y

comprensiva. Soy fiel, sincera, sin rollos, estoy feliz con mi vida, mi cuerpo y mi manera de ser. Me encanta cocinar, hacer masajes y planchar. Me río de tus chistes y no soy celosa. Viajo lo más que me da el tiempo, soy culta, hablo cuatro idiomas (hablo jerigonza también), toco el piano y canto como un ángel. Me gusta bailar, así como también el fútbol y los asados. No tengo hijos y no estoy segura si quiero tener.

No es nada fácil esto del perfil.

Uno pretende moldearse a lo que los hombres dicen buscar. Yo no puedo sincerarme y decir: soy compradora compulsiva, mentirosa, celópata, promiscua, bulímica, insomne, ludópata y a ratos obsesiva. Tengo además, nueve manías y caigo fácilmente en discusiones. Un tanto inestable, se podría decir.

¿Mi físico?

- Guapísima. Caucásica-Mediterránea, casi alta más el taco. Pelo largo y rubio oscuro, muy suave y rizado, lindo escote. Lo que más me gusta de mí, son mis ojos, aunque dicen que mi sonrisa es mucho más linda. Contextura: normal.

Normal. Ja!

¿Y qué hago con la guata el día de la cita?

¿Y las marcas del acné? ¿Y el maldito frizz? Será parte de la sorpresa. Ahí veremos si de verdad le gusto.


¿Qué busco?

- Un hombre inteligente, trabajador, caballero, culto, honesto, fiel, simpático, activo; que le guste bailar, que pueda viajar, que disfrute de los juegos, que me apoye en mis malos momentos y me soporte en los peores; que sea generoso, romántico, apasionado, vividor, valiente, que sea el más fuerte y emprendedor de todos, que no tenga hijos, pero que quiera ser padre, que sea guapo y ojala tenga plata.

Bien. En alguna parte que se pueda decir la verdad.


¿Fumas?

Una cajetilla diaria no es bien vista en ninguna parte.

- Poco. Fumadora social.


¿Cosas sin las que no puedo vivir?

- Agua, sol y fruta.

Tampoco puedo vivir sin plata, teléfono, I

nternet, mi Laptop, la Visa, cigarros, sexo, Coca Light, pisco sour, mi auto, mi secador de pelo y mis maquillajes. Pero esas son nimiedades, así que no las pongo.


¿Hago ejercicio?

- Sí, mucho.


Listo el perfil.


No hago más que enviarlo y comienza el bombardeo a mi casillero.

Cientos de hombres, cada uno con su perfil más mentiroso que el mío, con sus mejores fotos en la cima de la montaña, a los pies de Abu Simbel, montado a caballo, dando un paso en la muralla china, apoyado en un Jaguar, fotos de estudio y otras incluso más bizarras. Mis fotos, por su parte, eran solo de rostro, ninguna mostraba el cuerpo y sin

duda, eran las mejores. Acá todos creen que soy flaca! Y no sólo eso, piden a una mujer tierna, amorosa, encantadora, comprensiva y sin rollos. ¡¡Y esa soy yo!!

Entonces empiezo a estudiar a cada uno de ellos, para seleccionar a todo aquel que podría llegar a gustarme. ¿Cuáles de todos estos candidatos podría contar con los requisitos que busco? ¿Cómo saber quién realmente es el que está detrás de la pantalla, más allá de lo que dice su perfil?

Y descubrí que un 90% de los perfiles dice disfrutar de las cosas simples de la vida, ser amantes de los viajes, la naturaleza y los deportes.

Un 80% pide que la mujer que busca sea sincera y deportista.

Un 60% es claro en que debe ser delgada y por ningún motivo fume.

Un 50% la pide sin rollos ni trancas de ningún tipo.

Y por último, hay un 40% que te deja afuera por no tener los ojos grises o no ser de su religión o medir 3 cms. más de los que especificó.

Veo entonces, que el colador viene del otro lado también.

Ya no me basta tener una cara bonita y ser encantadora, sino que debo ser delgada, deportista, no fumadora, sin trancas y que ojala me guste acampar sobre los guijarros y hacer caminatas de 4 días.

Yo tampoco soy así.

No soy ni lo que ellos buscan ni como la que digo ser.

Soy como lo que no se puede contar acá.

viernes, 26 de junio de 2009

EL ITALIANO


Me pasó por ludópata y competitiva.


Yo iba Nº 1 en mi ranking de Geo Challenge en Facebook y el sólo hecho de ya no tener con quién competir entre los míos, me hizo mirar el ranking mundial.

Y ahí estaba él… bello, triunfador, el Rey de Geo Challenge con una diferencia de más de 80 mil puntos sobre mi record. Yo le escribí un mensaje cargado con toda la envidia de esta nueva perdedora, y le dije “¿Eres así para todo en la vida?”.

El primer día fueron 5 mensajes entre los dos, el segundo 12, el tercero 27, el cuarto 35 y así cada día nos enviamos más y más mensajes. Yo sabía todo lo que él hacía durante su día y él pasó a formar parte de cada uno de los míos.

El detalle malhadado era su esposa y su hija.

La primera, según su descripción, era trabajadora fuera de la casa y un zángano dentro de esta. No cocinaba, no ordenaba, llegaba directo a ver TV y sólo se levantaba cuando mi héroe tenía lista la cena. Obviamente ellos estaban muy mal, en la crisis final de su matrimonio. Ya no se hablaban, hacía ya dos meses que no tenían sexo y él dormía en el sofá. Cada noche, él se quedaba hasta las 3 de la mañana escribiéndome mensajes, cada vez más largos y apasionados.

Al décimo día, yo me declaré, en silencio, enamorada. A las dos semanas, él me dijo, por primera vez, Te Amo.

Al mes, los mensajes rodeaban los 70 diarios y entonces decidimos conocernos.


El plan maestro era que el romano venía por una semana para que comprobáramos si lo que sentíamos era real, si estando cara a cara seguiríamos con esta ansiedad por estar más cerca, y si era así, él se divorciaba de su esposa, yo me iba a su país (con mis zapatitos de cristal) y viviríamos nuestra historia de amor comiendo pasta, bebiendo Grappa y seríamos muy felices para siempre.

Pronto empezó a buscar departamento para irse a vivir conmigo (o solo, en el caso que lo nuestro no resultara en su viaje). Me enviaba fotos de todos los lugares que veía. Fotos desde la calle y de los interiores, me describía hacia donde daban, si recibían el sol de la mañana o de la tarde, los detalles que más le gustaba de cada uno y los que lo hacían dudar. Elegimos uno lindo. Pequeño pero impecable y muy luminoso. El hizo el contrato de arriendo y estaría a su disposición en un mes más.

Me envió también los detalles de la reserva de su vuelo y estaría llegando en dos semanas más.

Yo, por mi parte, empecé una dieta rigurosa, me hice un lindo corte de pelo y reflejos, me apliqué láser en ciertas zonas, hice dos sesiones de solarium, me cuidé la piel con guantes ásperos y productos varios, compré una alfombra de pelo de cabra, pensando en tener sexo hasta en el suelo, compré sábanas finas y un cobertor para la cama chica, adorné la terraza con grandes maceteros de flores, en fin, hice todos los arreglos que estuvieron a mi alcance para que cuando mi Príncipe llegara, se sintiera a gusto en mi hogar.

A una semana de su partida, él decide contarle todo a su señora, tanto por el cargo de conciencia, como para explicarle la razón de su viaje a una ciudad llamada Santiago en Sudamérica. La reacción de ella fue tal, que de los 159 mensajes que nos enviamos el día anterior, pasamos a 0 (cero) hasta las 20 horas del día siguiente, cuando me envía un informativo que dice haber decidido rehacer su matrimonio, porque con su esposa se aman locamente y quieren darle a su hija, una vida en rosa con sus padres bellos y felices.

Me dijo que todo lo que pasó entre nosotros fue un juego, que él nunca sintió nada por mí, que bajo ningún caso él se habría involucrado conmigo ni ahora ni en el futuro, que por favor no vuelva escribirle, que todos los contactos serán borrados y que esa carta la escribía junto a su señora, con quien ya nunca más tendría un secreto.

Ella lo llamó al orden y él volvió reptando. Dos días antes me había dicho que me amaba por enésima vez y ahora yo podía escucharlo reír.

Por primera vez sentí mi alma desentrañarse.

Primero vino la ira, después lo entendí y finalmente me di por vencida.

Igual bajé 3 kilos.

Y la casa quedó re linda.

lunes, 15 de junio de 2009

EL FANÁTICO


Me llegó a Facebook un mensaje de un desconocido.

Su foto de perfil eran dos perros finos y no existía ningún amigo en común.

El desconocido me preguntaba si acaso soy yo Mónica Gutiérrez Pereira, la que estudió tal y

cual cosa y había

trabajado en tal y cual parte.

Un psicópata, dije. Seguro es el de los binoculares del edificio de enfrente.

Había una sola posibilidad: Tú tienes mi currículum. El me dijo que sí, que este le había gustado mucho y que por eso me contactaba. Lo raro es que hacía ya 4 años que no buscaba trabajo…

A pesar de lo anterior, seguí respondiendo sus mensa

jes y al cabo de unos días, me convenció de conocernos.

Me pasa a buscar y su auto resplandece desde el otro lado de la calle, parecía comprado con las joyas del Vaticano. Y él, era una silueta oscura y pequeña entre el tesoro y yo.

Doblé mi cuello y rodillas para saludarlo de beso y me subí al auto.

Y ahí empezó él…

A torturarme…

Comenzó contándome los últimos dos

años de su fallido matrimonio y de cómo su esposa lo hacía dormir en el sillón y él, en su propia casa, la que él había construido para hacer feliz a la que entonces lo despreciaba, dormía relegado en el pasillo, doblado por el tamaño de su sofá. Yo le pregunté por qué en tanto tiempo no se compró una cama y él siguió con su ópera, como si

no escuchara mi voz. Me habló 20 minutos de lo mismo hasta que tomé aire y hablé más fuerte que él para decirle que no me interesaba, que por favor habláramos de otra cosa. El me miró sorprendido y pidió terminar su historia. A los 10 minutos de lo mismo, le dije que no me contara su vida, que yo quería conversar, entonces pasó al tema de sus hijos.

En el intento de descentrarlo de sí mismo, le conté que los domingos estaban haciendo unas actividades muy interesantes en un lugar al que suelo ir y él me dice que los domingos, él no está disponible para nadie, ya que va a la iglesia al medio día y otra vez por la tarde, pero a otra, una en especial, en donde él cree tener no sé que santos en no sé qué corte. (Yo no entiendo bien las religiones, pero las respeto de todo corazón, hasta que entra en juego mi lugar dentro de los roles).

Y le dije:

- O sea que si nosotros fuéramos pareja y el domingo fuese el único día de la semana para regalonear hasta tarde, cocinar juntos y tomar el té en la terraza, tú lo cambiarías por la Iglesia.

- No es que lo cambie, me dijo él. - Simplemente Dios está antes que todo y es lo más importante para mí.

A eso le siguió una oratoria en la que los versículos se tomaban sus oraciones y de pronto yo ya no estaba hablando con un hombre, sino era la Biblia la que me respondía en un castellano antiguo que requería de toda mi atención para entenderle.

Me costó mucho salir de ahí. Cada vez que yo empezaba a decir algo, él levantaba una mano, entrecerraba los ojos y hablaba más fuerte. Fueron varios intentos vanos para extraerlo de su mundo de luz y traerlo de vuelta al barro y los huesos.

Entonces le cambié el tema abruptamente y le pregunté si conocía mi bar favorito. Creo que los tres segundos que se demoró en contestar, fue cuando esbocé la única semi sonrisa que di en toda la noche. Yo sonreía pensando en haber logrado cambiar el tema, pero él tomó aire y con una expresión discriminante, me responde casi gritando:

- ¡¡Pero si ese bar está lleno de comunistas!!

Yo terminé de molestarme con su comentario y le pregunté ¿cómo alguien podría notar la tendencia política de un grupo heterogéneo formado por personas que nunca se han visto entre ellas?!

- Será por los libros – dije yo burlona y viperina.

- Veo que tú eres de la misma calaña.

Wow, pensé. Este es de los desagradables.

- Yo ni siquiera entiendo la política. No veo diferencias entre los que se dicen de un lado o de otro; pero tú, del lado que seas, eres de los peores. Yo me voy, lo he pasado pésimo contigo. Esta ha sido la peor cita que he tenido en mi vida.

El quedó sin aliento y me pidió que me sentara. Se comprometió a cambiar el tema y no pudo. Le pedí que me llevara a mi casa o yo me tomaría un taxi. En el camino, siguió hablando en versículo y al llegar a casa, yo ya no podía siquiera darle un beso de hasta nunca. Sin embargo, con desprecio, simulé besarlo en la mejilla

Lo que más me sorprendió de toda la jornada, es que después de todos los formales insultos que recibió de mí, me sonrió dulcemente y me dijo que me llamaría mañana.

La escena se me congeló por un momento. Es mucho más tonto de lo que creía, pensé.

Entonces, intentando ser clara, le dije:

- Por ningún motivo volvería a salir contigo. Borra todos mis contactos, por favor. Tus historias son aburridas y tu razocinio es extremo y simplista. No me has dejado hablar en toda la noche, interrumpes todo el tiempo y eres un egocéntrico.

- ¿Qué significa ego… eso?

- (…) Búscalo en el diccionario.

Cerré la puerta y entré a mi casa. Solté la cartera, pasé al baño, enciendo el computador y a los diez minutos recibo un mensaje de él, diciéndome que había disfrutado la velada, que yo le parecía una mujer muy interesante y que estamos en contacto para volver a vernos.

Acá hay cámara oculta, pensé paranoica.

Miré por todos lados y no encontré nada.

Es sólo uno más.

miércoles, 10 de junio de 2009


EL CIEGO

Llegó a mi Facebook una invitación de un desconocido.

Yo no acepto a nadie que no conozca, así como tampoco a los que sí conozco y preferiría no tener esa suerte.

Pero algo había en su foto que, sin ser un hombre guapo, me sedujo y acepté. Me fui directo a sus fotos y las estudié una a una, hasta dar con una morenaza que se titulaba “mi amada esposa”. Doble click y eliminado.

Dos semanas después, me llega la misma invitación. Yo no sé que me pasó, pero a pesar de que era la misma foto, no la reconocí y otra vez hice exactamente lo mismo hasta llegar a “mi amada esposa”. Recién ahí me di cuenta en dónde estaba, entonces una vez más, lo eliminé. A los dos días recibo una tercera invitación, esta vez con un mensaje que decía que el ya estaba separado, que debía actualizar su perfil, que la tercera es la vencida y otras cosas que me causaron gracia y accedí por última vez a aceptarlo en mi cuenta.

Empezó una relación por escrito n la que podíamos conversar durante 6 horas sin ponernos de pie. Era un hombre inteligente, sagaz, con un vocabulario que hace sentir analfabeto a cualquiera, con amplios conocimientos de muchas cosas lo suficientemente interesantes como para caer tendida a sus pies.

Al cabo de dos meses, le exigí que nos conociéramos, él habría seguido así por un año, pero finalmente, accedió. Me advirtió que tenía muy mala vista y que tendría que ser yo quien se acercara en el lugar de encuentroQuedamos de juntarnos entonces, en el centro de la plaza que está frente a mi edificio, sin tomar en cuenta que ahí hay una pileta muy grande que hace que el centro no tenga un punto preciso de encuentro, sino un diámetro de casi 8 metros rodeado de 6 o 7 escaños.


Al llegar a la plaza, había varias personas, algunas solas, otras parejas y un par de grupos. Estaba oscurísimo y yo me alejaba de la calle para internarme entre los árboles, camino a la pileta, iba de punta en blanco, guapa, naturalmente maquillada y olía a manzana verde mientras mis taquitosse enterraban en la gravilla.

Di con él, todo bien.

Tomamos mi auto y nos fuimos a un bar que yo no conocía.

Me pidió que le leyera el menú y tomó mucho rato para decidirse porque todos los platos tenían algo que no le gustaba, por lo que pidió un sándwich en especial, pero sin dos de los ingredientes que tenía ya asignados.

Me pedí una copa de vino y él, un daiquiri frambuesa.

La conversación fue muy fluida y amena, pese a esto, algo en él me hacía sospechar y ya no me gustaba como cuando estaba del otro lado de la pantalla.

Al rato me preguntó si traía alguna foto conmigo y yo le mostré una de mis padres hace 20 años, bellos los dos, en todo su esplendor.

- Que estupendo es tu papá

– me dice él impresionado.

- ¿Mi papá?? Mi mamá también es muy linda!

- No, es que tu papá tiene algo

más fuerte, llama mucho más la atención.


(Entonces seguramente a mi hermano también lo encontraría más guapo que a mí).


Conversamos varias horas, más tarde nos pedimos una tabla mixta y la comimos entera. Yo creo haberme comido todas las aceitunas y los cuescos los fui dejando en el plato, en la esquina

que daba hacia mí. El tomó un trozo de pan y lo untó en el jugo que había quedado. Con sus ojitos nublados, ve que aún queda algo en la esquina y pasa su pan por sobre los cuescos amontonados y con un movimiento rápido para equilibrar su bocado, se lo hecha a la boca mientras yo, con mis cejas como triángulo y estirando mi mano hacia él, doy un fuerte y agudo “Nooooooooooooooooo”.


En un segundo su cara se desfiguró, abriendo la boca gigante y dejando caer todo lo que ahí tenía. Con la cara apuntando hacia el suelo, me miró con los ojos más iracundos que jamás me habían mirado.

En un principio sentí miedo y tal vez fueron los nervios los que me hicieron soltar una carcajada cruel y burlona. Yo sabía que no debía hacerlo y eso me hacía reír más aún.

Resulta que el caballero era de los más asquientos que pueden existir y los cuescos chupados por otro en su boca inmaculada era el peor ataque que le podría haber hecho.

Yo entendía su enojo y casi podía entender su asco y eso me causaba, incluso, más risa. De esa que va en ascenso y te hace doler el estómago y llorar con lágrimas negras de rimel, sin poder parar.

Mi amigo, en ese momento dejó de ser mi amigo.

Pidió la cuenta y la pagó en silencio.

Le ofrecí llevarlo a su casa, pero parecía no querer nada más de mí.

Lo dejé en la misma plaza donde lo encontré.

Nunca más supe de él.