lunes, 15 de junio de 2009

EL FANÁTICO


Me llegó a Facebook un mensaje de un desconocido.

Su foto de perfil eran dos perros finos y no existía ningún amigo en común.

El desconocido me preguntaba si acaso soy yo Mónica Gutiérrez Pereira, la que estudió tal y

cual cosa y había

trabajado en tal y cual parte.

Un psicópata, dije. Seguro es el de los binoculares del edificio de enfrente.

Había una sola posibilidad: Tú tienes mi currículum. El me dijo que sí, que este le había gustado mucho y que por eso me contactaba. Lo raro es que hacía ya 4 años que no buscaba trabajo…

A pesar de lo anterior, seguí respondiendo sus mensa

jes y al cabo de unos días, me convenció de conocernos.

Me pasa a buscar y su auto resplandece desde el otro lado de la calle, parecía comprado con las joyas del Vaticano. Y él, era una silueta oscura y pequeña entre el tesoro y yo.

Doblé mi cuello y rodillas para saludarlo de beso y me subí al auto.

Y ahí empezó él…

A torturarme…

Comenzó contándome los últimos dos

años de su fallido matrimonio y de cómo su esposa lo hacía dormir en el sillón y él, en su propia casa, la que él había construido para hacer feliz a la que entonces lo despreciaba, dormía relegado en el pasillo, doblado por el tamaño de su sofá. Yo le pregunté por qué en tanto tiempo no se compró una cama y él siguió con su ópera, como si

no escuchara mi voz. Me habló 20 minutos de lo mismo hasta que tomé aire y hablé más fuerte que él para decirle que no me interesaba, que por favor habláramos de otra cosa. El me miró sorprendido y pidió terminar su historia. A los 10 minutos de lo mismo, le dije que no me contara su vida, que yo quería conversar, entonces pasó al tema de sus hijos.

En el intento de descentrarlo de sí mismo, le conté que los domingos estaban haciendo unas actividades muy interesantes en un lugar al que suelo ir y él me dice que los domingos, él no está disponible para nadie, ya que va a la iglesia al medio día y otra vez por la tarde, pero a otra, una en especial, en donde él cree tener no sé que santos en no sé qué corte. (Yo no entiendo bien las religiones, pero las respeto de todo corazón, hasta que entra en juego mi lugar dentro de los roles).

Y le dije:

- O sea que si nosotros fuéramos pareja y el domingo fuese el único día de la semana para regalonear hasta tarde, cocinar juntos y tomar el té en la terraza, tú lo cambiarías por la Iglesia.

- No es que lo cambie, me dijo él. - Simplemente Dios está antes que todo y es lo más importante para mí.

A eso le siguió una oratoria en la que los versículos se tomaban sus oraciones y de pronto yo ya no estaba hablando con un hombre, sino era la Biblia la que me respondía en un castellano antiguo que requería de toda mi atención para entenderle.

Me costó mucho salir de ahí. Cada vez que yo empezaba a decir algo, él levantaba una mano, entrecerraba los ojos y hablaba más fuerte. Fueron varios intentos vanos para extraerlo de su mundo de luz y traerlo de vuelta al barro y los huesos.

Entonces le cambié el tema abruptamente y le pregunté si conocía mi bar favorito. Creo que los tres segundos que se demoró en contestar, fue cuando esbocé la única semi sonrisa que di en toda la noche. Yo sonreía pensando en haber logrado cambiar el tema, pero él tomó aire y con una expresión discriminante, me responde casi gritando:

- ¡¡Pero si ese bar está lleno de comunistas!!

Yo terminé de molestarme con su comentario y le pregunté ¿cómo alguien podría notar la tendencia política de un grupo heterogéneo formado por personas que nunca se han visto entre ellas?!

- Será por los libros – dije yo burlona y viperina.

- Veo que tú eres de la misma calaña.

Wow, pensé. Este es de los desagradables.

- Yo ni siquiera entiendo la política. No veo diferencias entre los que se dicen de un lado o de otro; pero tú, del lado que seas, eres de los peores. Yo me voy, lo he pasado pésimo contigo. Esta ha sido la peor cita que he tenido en mi vida.

El quedó sin aliento y me pidió que me sentara. Se comprometió a cambiar el tema y no pudo. Le pedí que me llevara a mi casa o yo me tomaría un taxi. En el camino, siguió hablando en versículo y al llegar a casa, yo ya no podía siquiera darle un beso de hasta nunca. Sin embargo, con desprecio, simulé besarlo en la mejilla

Lo que más me sorprendió de toda la jornada, es que después de todos los formales insultos que recibió de mí, me sonrió dulcemente y me dijo que me llamaría mañana.

La escena se me congeló por un momento. Es mucho más tonto de lo que creía, pensé.

Entonces, intentando ser clara, le dije:

- Por ningún motivo volvería a salir contigo. Borra todos mis contactos, por favor. Tus historias son aburridas y tu razocinio es extremo y simplista. No me has dejado hablar en toda la noche, interrumpes todo el tiempo y eres un egocéntrico.

- ¿Qué significa ego… eso?

- (…) Búscalo en el diccionario.

Cerré la puerta y entré a mi casa. Solté la cartera, pasé al baño, enciendo el computador y a los diez minutos recibo un mensaje de él, diciéndome que había disfrutado la velada, que yo le parecía una mujer muy interesante y que estamos en contacto para volver a vernos.

Acá hay cámara oculta, pensé paranoica.

Miré por todos lados y no encontré nada.

Es sólo uno más.

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