miércoles, 10 de junio de 2009


EL CIEGO

Llegó a mi Facebook una invitación de un desconocido.

Yo no acepto a nadie que no conozca, así como tampoco a los que sí conozco y preferiría no tener esa suerte.

Pero algo había en su foto que, sin ser un hombre guapo, me sedujo y acepté. Me fui directo a sus fotos y las estudié una a una, hasta dar con una morenaza que se titulaba “mi amada esposa”. Doble click y eliminado.

Dos semanas después, me llega la misma invitación. Yo no sé que me pasó, pero a pesar de que era la misma foto, no la reconocí y otra vez hice exactamente lo mismo hasta llegar a “mi amada esposa”. Recién ahí me di cuenta en dónde estaba, entonces una vez más, lo eliminé. A los dos días recibo una tercera invitación, esta vez con un mensaje que decía que el ya estaba separado, que debía actualizar su perfil, que la tercera es la vencida y otras cosas que me causaron gracia y accedí por última vez a aceptarlo en mi cuenta.

Empezó una relación por escrito n la que podíamos conversar durante 6 horas sin ponernos de pie. Era un hombre inteligente, sagaz, con un vocabulario que hace sentir analfabeto a cualquiera, con amplios conocimientos de muchas cosas lo suficientemente interesantes como para caer tendida a sus pies.

Al cabo de dos meses, le exigí que nos conociéramos, él habría seguido así por un año, pero finalmente, accedió. Me advirtió que tenía muy mala vista y que tendría que ser yo quien se acercara en el lugar de encuentroQuedamos de juntarnos entonces, en el centro de la plaza que está frente a mi edificio, sin tomar en cuenta que ahí hay una pileta muy grande que hace que el centro no tenga un punto preciso de encuentro, sino un diámetro de casi 8 metros rodeado de 6 o 7 escaños.


Al llegar a la plaza, había varias personas, algunas solas, otras parejas y un par de grupos. Estaba oscurísimo y yo me alejaba de la calle para internarme entre los árboles, camino a la pileta, iba de punta en blanco, guapa, naturalmente maquillada y olía a manzana verde mientras mis taquitosse enterraban en la gravilla.

Di con él, todo bien.

Tomamos mi auto y nos fuimos a un bar que yo no conocía.

Me pidió que le leyera el menú y tomó mucho rato para decidirse porque todos los platos tenían algo que no le gustaba, por lo que pidió un sándwich en especial, pero sin dos de los ingredientes que tenía ya asignados.

Me pedí una copa de vino y él, un daiquiri frambuesa.

La conversación fue muy fluida y amena, pese a esto, algo en él me hacía sospechar y ya no me gustaba como cuando estaba del otro lado de la pantalla.

Al rato me preguntó si traía alguna foto conmigo y yo le mostré una de mis padres hace 20 años, bellos los dos, en todo su esplendor.

- Que estupendo es tu papá

– me dice él impresionado.

- ¿Mi papá?? Mi mamá también es muy linda!

- No, es que tu papá tiene algo

más fuerte, llama mucho más la atención.


(Entonces seguramente a mi hermano también lo encontraría más guapo que a mí).


Conversamos varias horas, más tarde nos pedimos una tabla mixta y la comimos entera. Yo creo haberme comido todas las aceitunas y los cuescos los fui dejando en el plato, en la esquina

que daba hacia mí. El tomó un trozo de pan y lo untó en el jugo que había quedado. Con sus ojitos nublados, ve que aún queda algo en la esquina y pasa su pan por sobre los cuescos amontonados y con un movimiento rápido para equilibrar su bocado, se lo hecha a la boca mientras yo, con mis cejas como triángulo y estirando mi mano hacia él, doy un fuerte y agudo “Nooooooooooooooooo”.


En un segundo su cara se desfiguró, abriendo la boca gigante y dejando caer todo lo que ahí tenía. Con la cara apuntando hacia el suelo, me miró con los ojos más iracundos que jamás me habían mirado.

En un principio sentí miedo y tal vez fueron los nervios los que me hicieron soltar una carcajada cruel y burlona. Yo sabía que no debía hacerlo y eso me hacía reír más aún.

Resulta que el caballero era de los más asquientos que pueden existir y los cuescos chupados por otro en su boca inmaculada era el peor ataque que le podría haber hecho.

Yo entendía su enojo y casi podía entender su asco y eso me causaba, incluso, más risa. De esa que va en ascenso y te hace doler el estómago y llorar con lágrimas negras de rimel, sin poder parar.

Mi amigo, en ese momento dejó de ser mi amigo.

Pidió la cuenta y la pagó en silencio.

Le ofrecí llevarlo a su casa, pero parecía no querer nada más de mí.

Lo dejé en la misma plaza donde lo encontré.

Nunca más supe de él.

3 comentarios:

  1. me ha gustado mucho lo que escribes me gustaria enviarte algunos poemas cortos.Creo ciertamente que tenemos mucho en comun.Conoces a fonollosa?? es genial.slud att. maga.

    ResponderEliminar
  2. Que chistoso este otro espacio, que vivencias!!.
    Jajajaajajaaa. Me imagino que vendrán más.Ciego, asquiento e iracundo, que ejemplar de "macho"!!!
    Me mato de la risa.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. yo puedo ser el amor de tu vida???, hipie artesano, viajero artista de todo hasta lo que se me perdio tras el huracan wilma, desde los 10 hasta los 28 y laudero establesido desde los 29 hasta mis 32, feliz de tener güarida propia y mala ortografia, aunque paresca de menos jajaja, escucha mis letras y mi voz, ve mi orrible rostro en myspace.com/llenatedezilios y regalame unas palabras en artificeceleste@hotmail.com por que tu mente rebolotea y por que en verdad eres muy bella, una abraso un beso y mil mordidas.

    ResponderEliminar